domingo, mayo 20, 2018

Los problemas de intentar retrasar la eyaculación son más de los que crees



Por Gonzalo Herrera

Que seas capaz de aguantar mucho tiempo antes de eyacular no tiene porqué ser una buena señal.

Para los hombres – al menos, para muchos hombres entre los que yo me incluía hasta hace un tiempo – tardar en eyacular es una cuestión de hombría. Por mucho que se intenten cambiar las normas del juego, para la mayoría la virilidad se sigue midiendo por unos estándares arcaicos que consideran que cosas como el tamaño del pene, el ímpetu o el tiempo que tardas es lo que te hacen más o menos hombre a la hora de hablar de sexo.

Seguramente, de entre estas tres que acabo de mencionar la de hacer que el sexo dure cuanto más tiempo mejor es la única que actualmente no se suele criticar. Nadie duda de que el tamaño es algo secundario o que no todo es embestir y empotrar, pero lo de que el acto sexual se quede en menos de lo que se espera es algo que a todos nos hace sentir como unos perdedores.

Muchos hombres – por no decir la mayoría – viven ajenos a la burbuja progresista en la que el sexo es algo poliédrico que obviamente va mucho más allá de la penetración y del tiempo que se tarda en la que nosotros – los que nos creemos liberados sexualmente – vivimos y siguen buscando técnicas para no eyacular o simplemente aguantar todo lo que puedan, cuando eso no tiene porqué ser necesariamente bueno para nuestra vida sexual. Aunque todos hemos oído hablar del sexo tántrico y de los beneficios de no eyacular, creer que agarrarte los testículos o apretarte el perineo justo cuando vas a liberarte va a ser bueno para ti y va a mejorar tu experiencia sexual es como creer que si dejas de comer carne roja tu salud va a mejorar aunque te estés metiendo tres paquetes de cigarrillos Ducados al día.

En primer lugar, querer aguantar más tiempo solo demuestra que los hombres también estamos dominados por el sexismo y los roles de género y que la forma en la que vivimos el sexo y la sexualidad es un producto directo de la voluntad de cumplir con unas expectativas que muchas veces nuestras parejas sexuales ni siquiera tienen, pero que nos ponemos a nosotros mismos como pruebas de nuestra intachable masculinidad.

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