Ella había sido obligada a prostituirse a través de una red de tráfico sexual que dejó, no solo una marca en su vida, si no también una muy visible en su rostro.
La joven cargó durante mucho tiempo con su frente tatuada con el nombre del proxeneta que se robó una parte importante de su niñez, un recordatorio que complicó aún más su proceso de recuperación mental y, por supuesto, afectó su desarrollo laboral.
Este es solo uno de los miles de casos en los que traficantes y líderes de pandillas tatúan a los jóvenes con signos de dólar en sus rostros, nombres de proxenetas en sus pechos o espaldas, o nombres de pandillas en sus manos o cuerpos.
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