Los
invitaron a participar en la Feria Internacional del Libro, le
dedicaron el gran acontecimiento cultural a su país, Puerto Rico, los
pusieron a tocar su música, que es hermosa y contagiosa y está llena de
tambores de libertad, y les prepararon un programa lleno de cortesías.
Pero al lado de todo eso les pusieron una bandera que los insulta y los
ofende en lo más profundo de su historia y de su dignidad: la de los
Estados Unidos.
Esa
bandera –la puertorriqueña- fue bordada a mano por la historia. Una vez
la prohibieron y como quiera siguió ondeando. Y hoy en sus cielos
brilla el azul celeste, en contraposición al azul oscuro que le
impusieron los anexionistas para que se parezca a la norteamericana.
Cuando
la bandera aún era un delito, los puertorriqueños se la jugaron y
llenaron sus cielos con su flamear. Y muchas veces tuvieron que pagar el
precio.
Y
hoy, en Santo Domingo, en la 22 Feria Internacional del Libro, en los
escenarios que honran su cultura, los puertorriqueños han tenido que
soportar que le echen encima la enseña de un poder extranjero que los
ocupó militarmente hace más de cien años, como resultado de una oscura
tratativa de repartición entre imperios, hecha en el Tratado de París
del 10 de abril de 1898, que trataron a la isla como un botín de guerra.
Puerto
Rico, para los puertorriqueños, nunca fue un botín de guerra. Puerto
Rico es una nación con una cultura demasiado rica, demasiado hermosa y
demasiado auténtica. Y sobre todo, ¡con una bandera! Para que vengan
ahora, con el pretexto de las rancias formalidades de un protocolo, a
tirarle encima la bandera de la nación que la ocupó y le negó su
independencia.
“La
presencia de la bandera de Estados Unidos en una Feria que rinde
homenaje a la literatura puertorriqueña es una cachetada. Yo lo puedo
entender allá, donde hemos tenido que sufrirla durante cien años, pero
no aquí, donde estamos celebrando la cultura de nuestro Puerto Rico, no
la de Estados Unidos de Norteamérica”
Escritores,
intelectuales y académicos puertorriqueños que participan en la Feria
se sienten humillados con este extraño protocolo. Uno de ellos es
Antonio Martorell, escritor, teatrista y una leyenda de las artes
plásticas de Puerto Rico, quien llegó temprano a la Feria del Libro, con
su sombrero blanco y sus ochenta años colgados a los pies, y se
encontró con la sorpresa de que en los escenarios donde se moverían él y
sus compatriotas, empezando por el mismo acto inaugural, tendría que
lidiar con eso.
Martorell presentó el domingo su libro Pierdencuentra,
una historia novelada de su familia, llena de construcciones poéticas y
hermosas metáforas, y luego, con su paso corto y la estampa de un
patriarca que lleva la tarde en su sombrero, se fue a hablar con el
viento y con las piedras de la Zona Colonial.
Y
una tarde, casi noche, cuando ya no aguantó más, escribió en la brisa
su protesta: “Esa no es mi bandera, mi bandera es la boricua. La otra es
una bandera impuesta, una bandera imperial, una bandera ilegal”.
“La
presencia de la bandera de los Estados Unidos en los actos culturales
de la Feria –dice- nos causa urticaria a todos los boricuas. La
urticaria es una enfermedad que consiste en una piquiña que no cesa y
que deja ronchas, huellas en la piel y dolores ancestrales; eso es lo
que sentimos aquí los puertorriqueños cuando nos ponen al lado de la
bandera norteamericana”.
A
él y a los demás compatriotas que forman la delegación boricua en la
Feria del Libro les causa mucho malestar tener que participar en
actividades bajo la bandera de la potencia extranjera que los ocupó
militarmente hace más cien años.
El
artista refiere que cuando España cedió la isla de Puerto Rico en el
Tratado de París, como botín de guerra a los Estados Unidos cometió un
acto internacional de ilegalidad, debido a que “ya nosotros teníamos una
posición política, jurídica autonómica, que no permitía que el gobierno
imperial español cediera lo que no tenía”.
Martorrell
piensa que la bandera puertorriqueña, en la Feria, está muy bien
acompañada junto a la bandera dominicana, con la cual hace un perfecto
binomio de colores y de libertades. Por lo tanto, no es necesario izar
la de los norteamericanos.
“Yo,
como no podía sacarla del medio, por lo menos señalé su presencia
intromisoria porque yo nunca he sido mudo; felizmente tengo boca y
mano”.
“A esa bandera –añade, todo ironía- nosotros la llamamos, no tan cariñosamente, la pecosa,
por la cantidad de pecas que parecen sus estrellas, y en nuestras
actividades culturales no aparece ni en los centros espiritistas. Yo me
tuve que chupar la pecosa en el acto de inauguración de la Feria del Libro al lado mío”.
Cezanne
Carmona, joven, periodista y narrador, también tiene urticaria, de ver
la bandera estadounidense en los escenarios de la Feria le provoca algo
parecido a la náusea. “Es una acidez terrible que sube pero que no
termina y que se parece a la náusea y te deja un mal sabor en la boca”.
Su voz es fuerte y está hecha de torrenciales aguaceros.
Carmona vino a la Feria del Libro de Santo Domingo a presentar Levittown mon amour, un libro de cuentos que pone en entredicho la sospechosa modernidad puertorriqueña.
El
también da cuenta que hay un gran malestar entre integrantes de la
delegación de su país por la presencia de la bandera de los Estados
Unidos. “Cuando nuestros deportistas se destacan, el himno que se toca
en todos lados no es el de Estados Unidos, y la bandera que se iza es la
de Puerto Rico”.
Cezanne
no entiende la presencia de la enseña norteamericana en los escenarios
de la Feria debido a que el país invitado es Puerto Rico, no Estados
Unidos.
Sheila
Barrios, catedrática, investigadora de la Universidad de Puerto Rico,
recinto Ponce, y doctora en Literatura del Caribe, con especialidad en
la de República Dominicana, también tiene su queja patriótica.
“La
presencia de la bandera de Estados Unidos en una Feria que rinde
homenaje a la literatura puertorriqueña es una cachetada. Yo lo puedo
entender allá, donde hemos tenido que sufrirla durante cien años, pero
no aquí, donde estamos celebrando la cultura de nuestro Puerto Rico, no
la de Estados Unidos de Norteamérica”.
Barrios presentó en la Feria la novela Margarita,
que estuvo más de cien años perdida y olvidada, del escritor y
periodista Francisco Carlos Ortea, que a finales del siglo XIX se fue a
Puerto Rico para ponerse a salvo de la dictadura de Ulises Heureaux, y
allí escribió varias obras.
En el 2011 la doctora Sheila Barrios Barrios presentó en Santo Domingo su libro Una ventana al silencio: la narrativa de Hilma Contreras, un estudio crítico sobre la obra de la autora francomacorisana, a quien conoció un año antes de su muerte.
La
catedrática recordó que en todos los países donde los puertorriqueños
van a representar a su país en actividades culturales, sociales y
deportivas es izada la enseña boricua, nunca la estadounidense.
“Para mí –dice Sheila- hay una sola bandera: la puertorriqueña”.(Vianco Martínez-Acento)
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