Mientras se esperaba que se leyeran las tarjetas, Canelo Álvarez mostraba las inequívocas huellas de la batalla. Los dos ojos congestionados, un corte interno en la boca y apenas un leve soplido que reflejaba el poco aire que le quedaba.
No cabe ninguna duda que había dejado todo sobre el ring. Y eso enaltece su condición de aspirante, de identificación con sus compatriotas mexicanos nada menos que el Día de la Independencia, y de su generosa entrega por lograr el objetivo.
No se le puede reprochar al nuevo campeón del mundo no haber hecho algo que debió hacer: la gente le pedía que esta vez atacara y atacó, la prensa le demandaba que se fajara en la corta y media distancia, se fajó. Y la historia solo habría de reservarle un lugar si fuera capaz de ganarle a su cansancio y a su dolor.
Canelo Álvarez hizo todo eso. Pero no le alcanzó para demostrar claramente ser mejor que Golovkin, el hombre a quien de manera vergonzosa y descarada los jurados le robaron la pelea.
Siempre han existido fallos cuestionados. En algunos casos por errores de quienes evalúan, en otros por el peso específico de algún ídolo en acción. Y muchas veces, por interereses.
Desde todo punto de vista el kazajo fue mejor que Canelo. Manejo los jabs de ambas manos anticipándose y castigando con potencia y agresividad. En los pocos cambios de golpes resultó más veloz que el mexicano, duplicando el número de llegadas a lo largo de toda la pelea. Sus ganchos fueron eficaces y violentos; no solo cortaron el aire de Canelo, sino que también le fueron minando la velocidad de las piernas para el traslado spbre el ring. Más aún, le produjo un corte en el ojo en el quinto round como consecuencia de un derechazo cruzado.
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