“Quieren que me vaya antes del 30 de noviembre”, me dijo. “Quieren que les enseñe un boleto de ida a Ecuador”.
No lo podía creer. Mi padre, que llegó a este país hace más de dos décadas sin documentos, no tiene antecedentes penales, siempre ha pagado sus impuestos y tiene tres hijos que son ciudadanos estadounidenses: mi hermana de 13 años, mi hermano, de 5, y yo.
Dos semanas después, vi cómo un agente puso un monitor electrónico alrededor del tobillo derecho de mi padre. Cuando llegamos a casa, lloramos abrazados.
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